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Al oír esto, me rasgué el manto y la camisa, me arranqué el pelo de la cabeza y de la barba, y me senté completamente horrorizado. Entonces todos los que temblaban ante las palabras del Dios de Israel vinieron y se sentaron conmigo a causa de este ultraje cometido por los que habían regresado del destierro. Allí me quedé sentado, totalmente horrorizado, hasta la hora del sacrificio vespertino.

A la hora del sacrificio, me levanté de donde había estado sentado haciendo duelo con mis ropas rasgadas. Caí de rodillas y levanté las manos al Señor mi Dios.

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